Monday, December 31, 2012

La esperanza del «olvidado»

En los años que Dios me ha concedido servirle en el ministerio de la consejería me he cruzado muchas veces con obreros frustrados, especialmente entre los jóvenes. La historia de cada uno, aunque posee detalles particulares de la persona, siempre posee matices similares. «Yo quisiera estar desarrollando mi ministerio dentro de la iglesia, pero los líderes no me dan ningún tipo de apoyo». En la perspectiva de esta persona, su acceso al ministerio está bloqueado por aquellos que, por alguna razón, impiden que avance hacia su realización.

Si esta convicción fuera acertada, quisiera hacerle una pregunta: ¿qué posibilidades había de que José, que yacía olvidado en una cárcel egipcia, no siendo más que un insignificante esclavo, pudiera avanzar hacia algún proyecto personal y significativo? Descartemos, de entrada, que pudiera lograr alguna mejora en su situación por su propia acción. Ningún preso tiene posibilidad de mejorar su propia situación, salvo en los insignificantes detalles de la vida misma dentro de la cárcel. La ayuda que José necesitaba tendría que llegar desde afuera, pero ¿quién iba a acodarse de un esclavo hebreo que había sido condenado por tan poderosa persona como Potifar? ¡José había, literalmente, dejado de existir para el mundo!

Quizás usted capte lo absolutamente inútil que parece la situación de José. Así también parecen nuestras opciones en la vida cuando vemos que, por dondequiera que deseamos avanzar, nuestro camino parece estar bloqueado. A diferencia de él, sin embargo, es muy fácil que nos enfoquemos en aquellos que son los aparentes responsables de nuestra frustración. Comenzamos a albergar en nuestros corazones sentimientos de resentimiento y enojo hacia ellos. De no ser por la actitud mezquina que ellos demuestran, seguramente nosotros podríamos estar en una situación mucho mejor que la presente.

Permítame expresar en una frase el principio que el texto de hoy nos revela: el que abre y cierra las puertas de la oportunidad es el Señor. Ningún hombre puede detener su accionar cuando él ha decidido ubicar a uno de sus hijos en algún lugar de responsabilidad dentro de la iglesia, la empresa, o el lugar donde llevamos a cabo nuestra labor cotidiana. Podríamos languidecer en una cárcel, olvidados para el mundo, mas cuando Jehová pone sobre nosotros sus ojos, nadie puede detener el avance de nuestras vidas. No cometa el error de creer que existe alguien sobre la faz de la tierra que posea este mismo poder. Solamente el Señor crea las oportunidades que necesitamos para avanzar a la plenitud de sus proyectos.

¿Cuál debe ser, entonces, nuestra actitud? No debemos atacar a quienes no tienen la autoridad final de lo que pasa en nuestras vidas. Ellos poseen las mismas limitaciones que nosotros. Más bien hemos sido llamados a esperar el tiempo de Dios, aquel momento en que llega un mensajero del faraón para llevarnos delante de príncipes y gobernadores. Mientras tanto, imitemos a José: seamos los «prisioneros» ejemplares en el lugar donde nos encontramos hoy.

Thursday, December 27, 2012

El camino de la pureza

¿Cómo puede el joven guardar puro su camino?Guardando tu palabra. Salmo 119.9 (LBLA)
La pregunta que hace el salmista es importante para nosotros. En primer lugar, porque la pureza es un aspecto fundamental de la vida espiritual. El apóstol Pedro le dice a la generación del Nuevo Pacto: «Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia, sino, así como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir, porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo» (1 P 1.14–16). Esto nos presenta con uno de los más grandes desafíos para la iglesia que debe, a la vez, incursionar en un mundo profundamente contaminado.
Existe otra razón por la que la pregunta de David es de peso. Su deseo es descubrir, puntualmente, cómo puede el joven guardar puro su camino. Esto no significa que la generación que les antecede está exenta de esta responsabilidad. Pero es de particular importancia que el joven descubra el secreto de la pureza porque se encuentra en una etapa de la vida donde las tentaciones poseen un poder especialmente seductor. La razón de esto es que el joven aún no ha adquirido la madurez ni la sabiduría para discernir cuál es el fin de muchas de las propuestas impuras que el mundo ofrece. La respuesta que trae el salmo es breve, sencilla y bien al punto. Lo que hace falta es guardar la palabra.
Quisiera resaltar, por un momento, lo que no incluye esta respuesta. David no está diciendo que la pureza se logra memorizando versículos bíblicos, aunque esta disciplina, por cierto, es de mucha bendición. Tampoco está señalando que la pureza se obtiene mediante el estudio diligente de las Escrituras. Queda descartado, por ende, que podamos alcanzar la pureza escuchando muy buenas predicaciones bíblicas, o leyendo excelentes comentarios acerca de las Escrituras. Todas estas actividades pueden, ciertamente, facilitar la tarea que propone el salmista, pero ninguna de ellas la puede sustituir.
Creo que es importante mencionar esto porque es muy fácil confundirse y creer que las actividades mencionadas son prácticamente lo mismo que el camino señalado por el salmista. No obstante, la respuesta de David es bien clara: la pureza se obtiene con guardar la Palabra. ¿Y a qué se refiere con «guardar»? Cumplir, obedecer, seguir, practicar, ejecutar, vivir, hacer, ejercer… usted ya se da una idea de lo que implica. La pureza se alcanza cuando uno asume el compromiso de que cada acción, a cada momento, de cada día, esté dirigida por los designios eternos del Señor.
Observe que la pureza no se obtiene como resultado de una elaborada estrategia para evitar el mal. En demasiadas congregaciones el enfoque de la vida cristiana es una larga lista de pecados a evitar. David, sin embargo, señala que la pureza es el resultado de caminar en la verdad, una postura mucho más saludable y atractiva para nosotros. Cuando vivimos haciendo lo bueno, lo malo automáticamente queda excluido como alternativa de vida. ¡Vale la pena guardar su Palabra.
Sacado del libro Alza tus ojos. Hno Eddie.

Wednesday, December 12, 2012

Pagar el precio

Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con él. Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Juan 6.66–67
Una característica que marca una gran diferencia entre el estilo de liderazgo de Jesucristo y el que se ha hecho popular en nuestros tiempos es la forma de proclamar la verdad de Dios. Sin ánimo de ofender, Jesús no temía proclamar los aspectos más radicales del reino. Nosotros, sin embargo, vivimos en un tiempo en el cual se considera fundamental no alejar a las personas, con posturas consideradas demasiado duras. Por esta razón, nos hemos volcado hacia un evangelio que parece estar conformado exclusivamente por una larga lista de beneficios que exigen poco y nada del discípulo, en cuestiones de entrega.
En los evangelios encontramos varios incidentes donde las enseñanzas de Cristo fueron consideradas como una afrenta por aquellos que las escucharon. Pareciera que aun los discípulos estaban preocupados por esto, pues en ocasiones ellos mismos hacían notar al Maestro la reacción que había provocado, como esperando que se retractara (Mt 15.12). El pasaje de hoy también capta uno de esos momentos en que la palabra del Mesías resultó demasiado comprometedora para los oyentes. A partir de ese momento, afirma el evangelista, muchos discípulos dejaron de seguirlo.
No encontramos a Jesús preocupado por este suceso. No salió corriendo atrás de ellos para tratar de reparar la situación, buscando retenerlos a toda costa. Él sabía que si no existía una decisión drástica de seguirle, sin importar el costo, seguramente acabarían en una experiencia espiritual de mediocridad y tibieza. Lejos de estar preocupado, Jesús confrontó a los discípulos con una pregunta que exigía de ellos una definición: «¿Ustedes también se van?»
La reacción de Cristo parece un tanto extraña a nuestra sensibilidad posmoderna, pero tiene su razón de ser. Un discípulo no solamente debe tener conciencia de que seguir al Maestro tiene un costo, sino también que debe demostrar disposición a pagar ese precio. De no ser así, se pasará la vida necesitando que otros lo sostengan.
Este principio nos deja una importante lección para nuestras propias vidas. En nuestro afán de formar discípulos responsablemente podemos terminar nosotros haciendo todo el esfuerzo, queriendo asegurar el compromiso de aquellos que estamos formando, con una entrega incondicional de nuestra parte. En mi experiencia pastoral los resultados de nuestra inversión rara vez permanecen cuando somos nosotros los que estamos haciendo todo el esfuerzo. Tarde o temprano aquellas personas en las que estamos invirtiendo tienen que llegar al punto de decidir si van a empezar a trabajar en su propia vida, sea cual sea el costo de esta decisión.
Pedro contestó por los discípulos: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Jn 6.68). Sabía que la vida por delante tendría muchas dificultades. Pero también tenía la convicción de que no estar con Jesús era perderlo todo. Abrazados a esta verdad, decidieron pagar el precio de seguir con el Mesías.
Sacado e inspirado del libro Alza tus Ojos.
Hno Eddie